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, por Tabaré

Orgullo de ser Ciudad Oculta

A pesar de su estigma de ser una de las villas “más pesadas”, el crecimiento económico de la última década impactó sensiblemente en esta zona de Lugano. La Oculta está dejando de ser una villa para ser un barrio socialmente integrado, sin perder su esencia cultural.

Patear callecitas, pasadizos bajo un sol que te parte. Pocos árboles y demasiados perros. Perros de pelaje variado y tamaño disperso, todos callejeando. Y madres con cara de niñas con dos o tres chicos. Y un espacio de asombro, en cada calle, en cada hueco de tierra, nuevas construcciones. Ciudad Oculta crece ya hacia el tercer piso, anda como buscando cielo. Hombres fratachando, sumando ladrillos rojos, y en planta baja, kiosquitos, almacenes, reparaciones de electrodomésticos, comercios, todo se hace, todos los oficios vibran. Y autos no tan cacharros, como en otras épocas, por las pocas calles transitables. Además tienen cloacas, agua potable, los splits resaltan en las paredes. Y chicos, Oculta es la verdadera ciudad de los niños.

Mirta Luisa González dice que le pesan los años. Lo dice sentada en la sala del comedor Los chiquitos con amor. Así se llama. Un lugar que tiene la historia de los últimos veinte años marcados en sus paredes: comenzó a funcionar en los 90, y “ahí sí había hambre”, recuerda González, histórica directora del comedor. “Íbamos toda las madres a los mataderos aunque sea nos dieran huesos o al supermercado por arroz. Era hambre. Años viviendo en esa lucha por tener el plato de comida para los chiquitos. Eso fue antes. Ahora, si sube al segundo piso, verá que hay una sala con diez computadoras donde se capacitan los jóvenes, además se dan cursos de salud, o del POI (Proceso de Orientación e Inserción en el mundo del Trabajo). Ahora les preparamos las viandas a los abuelos, para que a la noche no tengan que salir. Yo ve, hemos sabido del hambre. Yo ya estoy vieja, pero me alegra poder ver este tiempo y que la lucha no ha sido en vano. Lo veo en mis hijos, han estudiado, tienen trabajo. Y trabajo en blanco. Tiene que recorrer el barrio, las paredes no mienten. O ir a la escuela y ver los chicos estudiando. Hay futuro entonces va mejor”, reflexiona González.


¿Cultura villera?

Los que lucran con la visión degradante de la villa le ponen negritud racial: hablan de okupas paraguas, bolitas, cumbia al mango y pibes masticando odio y paco. Prostitución infantil. Y sobre todo, le endosan tarjeta roja como fábrica de chorros, trabas y sirvientas agrandadas que no quieren trabajar cama adentro. Mujeres que piden llamarse personal doméstico, estar en blanco, tener horarios claros y precisos. Porque tienen hijos que salen de la escuela o familia que atender. “Ya no es como antes”, se sabe, opina la Señora Teflón. Lo que es cierto: ya no es como antes. Los que lucran con esos territorios vendiendo bailanta y sexo, como dice la escritora Josefina Ludmer: “No se sabe si le están dando la voz a esos sectores o imponiéndoles una voz de bestia”. La voz de la bestia, escritores o “sensibles” cronistas multimediáticos que encuentran la manera de adoquinarles la realidad villera a los “no pensantes”, a los “arreados por el punteraje”. Los empujan otra vez al paco y choreo y les niegan, por sobre todo, la posibilidad de su movilidad social: allí es donde se atrasa el reloj. Lo que parece haber en Ciudad Oculta, para decirlo con claridad, es progreso económico y social.

“Las paredes no mienten” dijo Mirta González. Y afuera, en la vereda, frente al comedor, decenas de vecinos hacen cola para recibir lámparas de bajo consumo que entrega el Ministerio de Planificación Social. Un equipo de funcionarios con planilla sobre las mesas. Piden documentos, loa anotan y, ya entregadas las dos lámparas por persona, les piden al vecino que firme. Son ocho trabajadores que en pocas horas han entregado 3000 lámparas.

“Antes – y todavía sucede, lo sabemos- un puntero hacía que bajen las lámparas en su casa, entregaba quinientas y las otras 2500 las vendía a un mayorista. Por eso nosotros pedimos que sea la gente del Ministerio quién entregue el material. Es la manera de mostrar al Estado bajando al territorio”. Quién hable es Noelia Vega, compañera del Frente Transversal y CTA, además una de las referentes de Unidos y Organizados. Para esta nota, Noelia cumplió el rol que antropólogos o sociólogos consideran fundamental, el de guía en la zona de trabajo. Un guía capaz de recorrer todo ese espacio desconocido que es la Oculta. Y Vega, recién llegada de una experiencia en Venezuela, habla de la cultura de Ciudad Oculta. “Yo creo que estamos en medio de una lucha cultural. Una ve como progresa el barrio, ve que no hay chicos en la calle, y los que vemos esta realidad, te emociona por la mañana ver todos los guardapolvos blancos yendo hacia la escuela”.

 Movilidad social…

“Claro, claro. La presencia y las políticas del Estado son el gran cambio. Por ahí vas a encontrar quién te dice que los pibes van a la escuela por la Asignación Universal por Hijo, o que van a la secundaria por otro plan, donde la familia recibe dinero del Estado. Y por ahí se puede pensar que sí, que a ese pibe la escuela mucho no le importa, pero con que aprenda algo, que algo le quede, ya tenés un avance. Lo sacaste de la calle. O los chiquitos que deben ir a revisación médica cada seis meses porque sino no cobran la asignación. Entonces, el resultado es que tenemos una población muchísimo más sana, más protegida su salud que si el Estado no estuviera presente. Y pensando que partimos de una marginalidad cruda, cuando en el 2001 no podíamos salir a la ciudad sin ser detectados por la ropa, o que no te podía bañar porque no había agua…”

Esto cuenta Noelia. Y desde la pasión y honestidad militante, Noelia quiere decir algo más: “Cuando estuve en Venezuela, hablaba con un anciano recién jubilado, y sabía que se había jubilado gracias a la revolución; hablabas con una estudiante secundaria y la piba sabía que ella podía estudiar gracias a la revolución, y una madre te decía que tenía servicio médico gratis era gracias a la revolución. Con esa mística se moviliza el pueblo. Lo que yo veo aquí es que sí, como se vio, votan a Cristina, pero también veo y me duele cierta apatía, como si no reconocieran de dónde viene el pulso social que les ayuda a vivir. Nosotros estamos y vamos a seguir con nuestra militancia pero creo que habría que bajar y estar más en el territorio”.

Luego, caminando la villa hacia donde siempre cae el sol, aparece la mole muerta del Elefante Blanco, lo que iba a ser el Hospital Infantil más grande de Latinoamérica, un sueño del primer peronismo que quedó trunco con el golpe del 55. La mole gris oscura surge como testigo de un concepto de país, de cómo soñar un país. Ahora está abandonado, simbólico, gris y terrible. Es otro estilo de memoria y está ahí. Y entre las calles, pasadizos, cortadas, se llega a la única escuelita jardín de Villa 15, escuelita con capacidad para sólo 145 chiquitos, más un anexo que funciona en otro lugar para otros 44 niños. “Esta sala fue construida por el esfuerzo de la comunidad”, nos informa una de las maestras y agrega: “Esta es la escuelita levantada con el esfuerzo de la comunidad. Pronto cumpliremos diez años y todo ha sido puesto por los vecinos de Ciudad Oculta. Y por eso, es parte de nuestros pueblos, aquí no colonizamos a nadie, aquí respetamos la cultura de todos ya que en Oculta hay muchas comunidades originarias o representantes de grupos étnicos. Y traen sus costumbres, su música, su manera de ver la vida. O su religión. Eso respetamos. Y de ellos aprendemos, también”.

Mientras la docente habla, por una puertita aparecen niños de 3, 4 años. Tienen las caritas embadurnadas de blanco por la maicena; han estado jugando a pintarse. Las maestras los acompañan. La escuelita tiene que hacer los recreos en la calle de tan precaria territorialidad. Además tiene dos pisos: en uno juegan y en otro duermen. Y hay que decirlo, en los últimos diez años el gobierno de la Ciudad no ha levantado una sola escuela en la Oculta.

Tener menos de 200 plazas para una población de miles de niños es la otra cara de la moneda. Por otra parte, nadie parece saber cuanto suma la población de Ciudad Oculta. Hay censos que hablan de 20 mil habitantes. Gabriel, un compañero, nacido en el barrio, se sorprende con la pregunta: “Cuando yo era chico, detrás de esa calle, todo era baldío. Ahora se hacen casas y todos los días llega gente. Somos muchos”.

 Se habla mucho de la droga en las villas…

“Sí. No voy a decir que no hay. Además eso está en todos lados. Pero no es lo que importa. Ahora una piba no tiene que prostituirse por hambre. Eso importa. Ahora todo es distinto, yo lo veo por mis hijos, en la escuela les dieron las notebook. ¿Sabe lo que es eso para un pibe? Vienen a mi casa y se encierran, chatean. Me asombra. Lo nuestro era jugar a la bolita, al fútbol. Y los pibes salen del barrio, son de la ciudad. Usted mire la ropa. Mire las zapatillas. Estamos en otro mundo. Difícilmente va a encontrar rastros del hambre y las privaciones. Y esto hay que profundizarlo. Nosotros salimos, volanteamos, le damos a la militancia. Y vienen pibes y se suman. No saben mucho pero quieren estar. Presienten que tienen que estar y vienen. Y sino nos encontramos todos en el Club Pampero o en otro lado. Esta etapa hay que agarrarla para entender, agarrarla fuerte”.

Por una callecita.
La iglesia, Más allá cuatro mujeres bajo un árbol juegan a las cartas. Se divierten. Los chicos tranqui, juegan, corren y hay aires suburbanos, casi de provincia. Y hay un espacio en medio de la villa; deben ser unas dos manzanas donde no se ha edificado y que los vecinos han defendido a muerte. Ese es el único espacio “verde” o, en realidad, son varios potreros y canchitas de fútbol. Y del otro lado, la Oculta sigue creciendo como una escenografía maravillosa y del nuevo tiempo. Todo es rojo, ladrillos huecos mostrando el crecimiento.

Un final de fiesta con el pequeño facho ilustrado

En remís desde Oculta hasta estación Virreyes para tomar el subte. Quince minutos o un poco más. “Hay plata en la Oculta, ¿no?”, fue la pregunta. El chofer, que no era rubio ni de ojos celestes, dice: “Y como no van a tener plata si le regalan todo. Plata por mandar los chicos a la escuela, plata por hijo. Jubilan a los que nunca hicieron un aporte, no le cobran la luz ni pagan impuesto, le dan la tarjeta por ser villeros ¿Cómo no van a andar dulce? Todos con aire acondicionado. En invierno hacen saltar las térmicas porque cocinan con electricidad para no gastar gas. Entonces uno que es albañil se hace cinco casas y alquila y no paga nada. Yo no viviría acá”.

 ¿Y por que viene a trabajar a Oculta?

Porque gano más que en una remisería del centro de Buenos Aires. Acá hay plata y la gastan.

El teflón tiene muchos rostros.

Bueno. Habrá que ir cerrando esta crónica presintiendo que en Ciudad Oculta, como todo el territorio y como el resto de Latinoamérica, el avance de los sectores sociales de la va de la mano de gobiernos populares. Y ese es el eje de las tensiones, donde el futuro se gana en el día a día y es parte de la disputa contra los grupos concentrados de poder. Y puede parecer exagerado, pero si se buscan parámetros referenciales, se puede pensar que Puerto Madero con sus edificios cinco estrellas y Ciudad Oculta son dos puntas del mismo ovillo. Es cierto, hay diferencia colosales en dimensiones, en planificación e inversión y hasta en su esencia cultural. Ambos lugares responden a distintas matrices en el hacer de una sociedad. Pero la diferencia mayor está en que si todavía, como país, estuviéramos inmersos en el capitalismo neoliberal furioso, probablemente Puerto Madero existiría, pero Ciudad Oculta seguiría siendo una villa miseria, con una población hambreada y empujada a la marginalidad.

Esa es la diferencia, y no es poca: Ciudad Oculta existe. Además está dejando de ser una villa para ser un barrio socialmente integrado a la ciudad, sin por eso perder su esencia cultural.

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