, por Paco Blasky (*)

Los presos y los verdugos del sentido común

Cuando yo tenía nueve años, allá por 1995, mi mamá trabajaba en la cárcel de Caseros, que hoy ya no existe como tal. Trabajaba allí hacía varios años así que tenía cierta experiencia en la relación con los internos. Era profesora y daba clase a todo tipo de personas, condenadas (o sólo procesadas) por delitos de toda índole.

Mi vieja tenía que enseñar, no importaba a quién, ella recibía a cualquier preso y les daba clase y les enseñaba matemática, que era su especialidad y, en alguna que otra circunstancia y sólo porque podía, algún tema de otra materia. También les enseñaba sobre la vida y de ellos también aprendía al respecto.

Así fue cómo conoció a muchísimos presos. Con algunos tuvo cierto vínculo personal, con otros nada y, muy de vez en cuando, se peleó o apartó de su clase a algún otro, por distintos motivos. Ese año, cerca de cumplir mis primeros diez, un alumno que había terminado su condena, salió de la cárcel y, tal como lo había prometido, le regaló a mi mamá una perra, cachorra; perra que me acompañó casi toda mi infancia y adolescencia. Y ese mismo año, más adelante, mi vieja recibió en casa a otro alumno del penal que había finalizado su condena y que no tenía dónde caerse muerto. Mi mamá le dio trabajo, a pesar de que en casa la plata no sobraba. Primero le hizo pintar el portón, luego alguna que otra pared, más tarde ordenar un pequeño galpón que nunca había sido ordenado y que estaba lleno de cosas viejas, abandonadas. Y así hasta el punto en que ya no sabía qué encargarle para hacer en la casa y poder seguir ayudándolo.

Omar, así se llamaba esta persona que ayudaba en casa, con lo poco que le podía dar mi vieja, consiguió establecerse y logró planificar mejor su vida. Tuvo una oportunidad. Estudió jardinería y se encargó en mi casa de cuidar el jardín y las plantas de mi mamá. Ayudaba con cualquier cosa de la casa, entre ellas, cuidarme a mí, que me quedaba sólo todas las tardes con él, con Francisca (la empleada que venía de vez en cuando a limpiar) y con mi perrita, Fiona. Sí, a meses de conocerlo fuera de la cárcel, mi mamá me dejaba al cuidado de él, de Omar. Se convirtió en mi amigo antes que me diera cuenta. Cuarenta años mayor que yo, me trataba como un igual. Él me apoyaba en todo, me daba consejos de lo que fuere, me escuchaba durante horas hablándole de cualquier cosa. Los dos éramos "gallinas", así que era frecuente el tema fútbol en nuestras charlas. Pasamos juntos casi todas las tardes desde que yo cursaba el cuarto grado hasta llegar al secundario. Luego nos veíamos sólo los fines de semana y en algunas otras ocasiones. Estuvo años laburando en casa, hasta que encontró la manera de trabajar afuera. Siempre subsistiendo con dos mangos. Año tras año Omar trataba de lucharla viviendo en lugares de mierda, rodeado de gente muy difícil de convivir, con muy poca guita, pero siempre buscando la oportunidad de seguir peleándola dignamente. Y lo logró. Fue un tipo demasiado digno para este mundo. Fuimos amigos casi veinte años y hasta los últimos días de su vida, él me demostró el mismo afecto de siempre, que hoy extraño.

Más allá de mi experiencia personal, me duele mucho ver cómo tanta gente, a priori, tiene un idea muy televisiva de lo que son los presos en una cárcel. De lo que es una cárcel. Pareciera que para mucha gente, y algunos medios, todos los presos son iguales, todos merecen lo peor, todos son descartables, todos son una mierda. Y, claro, más allá de lo que yo viví con Omar -que no aplica para una generalidad porque también me han robado, golpeado, encañonado- soy muy consciente de que existen delincuentes que son extremadamente violentos o, sin vueltas, una mierda de persona, por las razones que fueren.

Pero acá no estoy tratando de hacer de todo preso un ángel. ¡No! Sino de señalar dos cosas: primero, la deshumanización de mucha gente cargada de odio, dolor e ignorancia. Y, segundo, la utilización mediática y política de algo tan delicado como lo es la privación de la libertad de las personas, los delitos, los crímenes, las víctimas, los victimarios, el sistema carcelario, la justicia, etc.

Hay gente que reclama que no se liberen a los presos. Así, simple, esa es la consigna: "No los liberen". No importa si no tienen condena firme, si son ancianos, discapacitados, enfermos. No importa el delito que hayan cometido, si mataron a alguien o robaron una gallina. No importa ni la posibilidad de ser inocentes, no importa si estaban por terminar de cumplir la condena, no importa si son el sostén de una familia que está afuera sin poder comer, no importa nada. No les importa nada. Son presos, son todos asesinos, violadores y merecen morir.

En serio, hay una idea que está muy impregnada en gran parte de la sociedad y es que todos los presos deberían morir ya, ahora. Ellos son lo peor de la sociedad y matarlos a todos de prepo sería una gran solución a no sé muy bien qué cosa. Ignora mucha gente que, al estar condenado alguien a ir a prisión, sólo debería suspenderse su derecho a la libertad y ningún otro derecho. Desde que existen las cárceles, a toda persona condenada se le violan muchísimos derechos que, haya hecho lo que haya hecho, se tienen que respetar y eso no se hace. Ignora mucha gente que, si no se concede la prisión domiciliaria a cierta cantidad de personas que están en las cárceles superpobladas, esos reclusos pueden ser una causante del colapso del sistema de salud, y eso nos perjudicaría a todos, desde el más progre al más fachito. Todos seríamos perjudicados con otro factor más de posible colapso.

Pero ni se molestan en pensarlo o averiguar o informarse más allá de titulares. Esta recomendación de la OMS, y de múltiples organismos de derechos humanos del mundo, de aminorar la población carcelaria, se ha aplicado en muchos países, no es un berretín argentino. Es una necesidad de todos. Es prevención, no es impunidad. Insisto, no quiero ni estoy de acuerdo en dar prisión domiciliaria a asesinos y violadores, ni qué hablar de genocidas.

Por otra parte, hay gente que pareciera ignorar que quien libera a un preso es un juez, o sea, el poder judicial, no el poder ejecutivo. Así que si alguien, condenado por asesinato o violación, sale y comete una atrocidad como ya pasó, es responsabilidad de ese juez y de nadie más del Estado. Duele mucho ver a tantas personas escupir odio, estupidez e ignorancia en pos del tan nocivo "sentido común". Y es que el reaccionario no necesita, ni desea, detenerse un segundo a pensar, informarse y escuchar, mucho menos reflexionar. El reaccionario tiene una opinión tajante en instantes, ya sea sobre cómo juega Aldosivi o cómo funciona la “Máquina de Dios”. En segundos ya opina y, lo que es peor, cree. Cree su verdad en segundos, so pretexto de ser un abanderado del sentido común. Pues sepan que eso, en masa, repetido hasta el cansancio, representado política y mediáticamente y avalado por cierto poder, es tan o más peligroso y violento que el peor de los presos.

Menos mal que en 1995 no hubo una pandemia, sino a mi amigo Omar lo hubieran llevado a la horca los verdugos del sentido común.

Te extraño, amigo.

(*) https://www.facebook.com/pakito.insolito

Foto Cárcel Caseros: Carlos Gallo