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, por Jorge Giles

Los ojos de Santiago

Creo que cada generación elige los ojos con los que mirar su propio tiempo.
La nuestra, la generación diezmada de los años setenta del siglo pasado, eligió los ojos del Che para mirar y mirarse. Y no hay pudor ni temor en decirlo, sino todo lo contrario: hay orgullo en proclamarlo. Los nuestros son los ojos del Che Comandante mirando el futuro desde La Habana, Cuba y son los ojos del Che Cristo nuestro alumbrando la vida para siempre desde La Higuera, en Bolivia.

Muchos fuimos los que pintamos Luche y vuelve en las paredes y dejamos el alma con los ojos del Che. Allí está esa mirada en los miles de rostros de las compañeras y los compañeros desaparecidos que cada 24 de Marzo envuelven la histórica Plaza en un abrazo eterno. Con esos ojos se fueron. Y con esos ojos vuelven en cada madrugada de nuestros insomnios colectivos, esos insomnios donde seguimos tejiendo obstinadamente los sueños despiertos de un mundo más justo.

Permítanme decir, con cierto desparpajo quizá, pero con infinita ternura, que en este destino de hombres libres que nos sigue desvelando, creo que esta generación del nuevo siglo hoy se ha puesto en la mirada, los ojos de Santiago Maldonado. Está sucediendo esta misma noche casi imperceptiblemente. Está sucediendo en este preciso instante y en este lugar de la tierra de la América doliente, de la Patria grande, es decir, de la Argentina irredenta donde nació Santiago Maldonado y Ernesto Che Guevara.

“Es Santiago” dijo su hermano Sergio después de reconocer su cuerpo en la morgue judicial. Al verlo y escucharlo un rayo de dolor nos lastimó la piel del alma como una puñalada artera. Y como soportando el doble filo de un puñal asesino penetrando nuevamente en nuestra antigua memoria, repetimos conmovidos: Es Santiago, es Santiago, es Santiago. No habrá olvido ni perdón, compañero amado, hermanito querido, Santiago vivo para siempre. ¿Y ahora qué hacemos para remediar tanta muerte? ¿Qué sendero seguir? ¿Qué candil encender para alumbrarnos mejor? Lo primero es abrazarnos allí donde nos encuentre el día y prender fogatas de esperanzas cuando llegue la noche. Lo segundo es vencer el miedo y la tristeza que nos frena el paso inmemorial de los padres fundadores de una sociedad más justa, libre y soberana. Lo tercero es recordar que la revolución sólo la escriben los pueblos. Lo demás es el alma en bandolera. Siempre.

Estamos en el punto exacto donde la historia determina qué rumbo hay que seguir. Y esta vez no erraremos el sentido de los vientos. Los poderosos de siempre nos quieren borrar de la historia y no se contentan con tomar la posta de Videla sino que van mucho más atrás y llegan hasta la Campaña del Desierto contra nuestros paisanos, los indios, como los llamaba el Libertador San Martín. Aceptemos el desafío. Como lo hizo Santiago. ¿Acaso nuestros padres fundadores no se organizaron en una Logia a la que bautizaron justamente con el nombre del Gran Cacique Mapuche Lautaro?

Como verás compañera mía, todo vuelve a su origen, no para repetirlo sino para superarlo. Nuestras batallas, al fin y al cabo, siguen siendo batallas contra el conquistador y el colonizador. Pero decía que esta vez no erraremos porque en lugar de lanzas y metrallas llevaremos en las manos la mejor de nuestras banderas y esas florcitas silvestres que crecen a la orilla de los ríos, del norte a la Patagonia, del mar a la cordillera. De aquí hasta el cielo, ida y vuelta. Esta tierra, esta patria y esta democracia nos pertenecen por derecho propio. Que si el enemigo es violento, nosotros somos memoria, verdad y justicia.

La historia, pienso y me desvelo más, nos da esta oportunidad de inaugurar colectivamente los ojos de Santiago apenas un par de días después de saber que era él quién nos estaba mirando desde el rio Chubut. No lo olvidemos nunca y mucho menos el domingo cuando vayamos a elegir. Mucho menos ahora que sabemos quiénes ordenaron y encubrieron desde el propio estado este nuevo crimen contra la humanidad. Mucho menos ahora que sabemos quiénes somos. Sin cobardes ni traidores. Descansa corazón. Mañana hay que seguir.

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