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La Hércules
El primer ministro griego, Alexis Tsipras, tiene su mayor respaldo en los menores de 35 años. Ayer votó No al ajustazo el 67 por ciento de los griegos de entre 18 y 34.
Una diferencia de alrededor de seis puntos en relación con el ya de por sí sólido apoyo al gobierno de Syriza, que obtuvo un 61 por ciento promedio. Los números caen drásticamente a medida que la edad avanza. Votó No el 49 por ciento de la población que va de los 35 a los 55 años y el 37 por ciento de los mayores de 55.
Con estos resultados en la mano, Tsipras bien podría fundar ya mismo un movimiento juvenil. ¿La Edipo? Muy psi. ¿La Demócrito/Epicuro? A Carlos Marx le hubiera gustado. Escribió sobre ellos su tesis doctoral. ¿La Xipolitakis? Demasiado lío de cabinas, demasiado ruido de empresario con Porsche cerca suyo. Para sorpresas, mejor La Pandora. Y para sexo y amor, La Afrodita. ¿La Sócrates? Suena bien pero le falta acción. ¿Y La Hércules? Sería el nombre ideal para Tsipras. En 2012, cuando concedió una entrevista a Página/12, dijo que en la mitología griega se identificaba con Hércules. “Cuando los dioses lo castigaron, una de las tareas de Hércules fue limpiar la mierda”, contó el entonces jefe de la oposición griega. Y agregó: “Hércules pasó meses y meses sacándola. Terminó su obra. Entonces le encargaron otra tarea: debía cortar la cabeza de la hidra. El problema es que cuando cortaba una cabeza salían otras dos nuevas”. Para que no quedasen dudas de que analizaba política y poder, aclaró: “Eso pasa con el sistema financiero internacional. Tenemos que limpiar la mierda y enfrentar a la hidra. Por eso queremos construir una gran fuerza política: porque no será fácil”.
Tsipras, que el 28 de julio cumplirá 41 años, ganó en enero con el 36,3 por ciento. Aquélla fue una elección parlamentaria que lo llevó a la jefatura de gobierno y el de ayer un referéndum. Estrictamente no son elecciones del mismo género. Pero en términos de legitimidad revelan que Tsipras aplica siempre la misma lógica: apuesta fuerte y luego trata de cambiar las relaciones de fuerza para negociar en mejores condiciones. Porque no será fácil.
Hoy, cuando el pueblo se levante después de haber bailado Zorba el griego en la Plaza Syntagma de Atenas como anoche, la deuda seguirá representando el 160 por ciento del Producto Bruto y la desocupación juvenil continuará por encima del 50 por ciento. Pero la canciller alemana Angela Merkel tendrá que ver cómo sale de esta gran derrota, la más importante desde que ocupa el poder en los últimos diez años. El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, deberá preocuparse por el efecto contagio hacia las próximas elecciones, con Podemos de estrella en ascenso. Y toda Europa discutirá una agenda distinta porque el referéndum transparentó como mínimo tres puntos.
El primero, que así como en la Argentina el gasto público se disparó en tiempos de Carlos Menem con la privatización de las jubilaciones –y no por inversión en planes sociales–, en Grecia el presupuesto hizo agua por la compra de submarinos, helicópteros y buques de guerra.
El segundo tema indica que Grecia será, como minimizan los conservadores, sólo el 2,5 por ciento del Producto Bruto europeo pero tiene una posición estratégica significativa. No sólo es parte de la Unión Europea y la zona euro, donde cualquier desprendimiento puede desatar un efecto dominó. También integra la Organización del Tratado del Atlántico Norte, alberga entre otras la base de Creta y un centro operativo de aviones de inteligencia en Aktion, al noroeste, y es un Estado al que Washington le presta atención sobre todo desde la crisis en Ucrania y la disputa con Rusia.
El tercer punto es que, sin una quita gigantesca, la deuda será impagable por más que el pueblo griego haga esfuerzos, destruya nuevos empleos y pulverice lo que resta del sistema de protección social, tres objetivos de la concepción buitre del sistema financiero que no gozan de afecto en Sudamérica y, como se ve, tampoco en Grecia.