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, por Andres Fidanza

Homenaje a 31 años de la guerra de Malvinas

Guardavidas, militante de la CTA y ex combatiente

Tenía 18 años, estudiaba en el Astillero Río Santiago, era nadador del club Estudiantes y jugaba al fútbol casi profesionalmente. Esa era su realidad cuando le llegó la orden de ir a combatir a la guerra de Malvinas.

“Forzándome a ir me cagaron la vida”, afirma Eduardo Grau desde la ciudad bonaerense de Berisso. Grau milita en el Sindicato de Guardavidas de Buenos Aires, que pertenece a la CTA y recientemente obtuvo la inscripción gremial. Desde el sindicato de Grau –conducido por Héctor Quiroga- planifican ampliar su representación en todo el país y avanzar hacia la personería.

Cuando le tocó ir a Malvinas, Grau tenía tan solo tres meses de colimba encima. “En el diario El Día de la Plata salió publicado que el que no se presentaba voluntariamente era considerado desertor de la patria”, relata este compañero de la Central. Agrega: “Me levantó mi vieja, que tenía pánico por el contexto del gobierno militar, los chupados y desaparecidos”.

Grau fue a Malvinas en el Grupo de Artillería Paracaidista, en apoyo a la Infantería. “Según el número que tocaba en el sorteo ibas a tierra, aire o mar. Y por el número alto que a mí me tocó, el 756, mi destino fue ser paracaidista militar”, cuenta Eduardo. Estuvo en combate de mayo a junio, lapso en el cual agotaron municiones y cumplieron con su misión. “En Malvinas, todo es muy raro, sale el sol a las 10 y media de la mañana y a las 4 ya es de noche. Además hay un viento de 2.500 kilómetros todo el día, más una llovizna de mierda”, recuerda.

Luego, Grau y sus compañeros cayeron prisioneros en el Monte Longdon y estuvieron tres días confinados en un galpón cerca del Cementerio de los Caídos, en un campo de concentración junto con otros 1.500 soldados. Finalmente, volvieron navegando unos 3.000 prisioneros de guerra. “Cuando todo se terminó sentí una mezcla de alivio y de bronca”, confiesa.

A 31 años del inicio de la guerra de Malvinas, Eduardo todavía está enojado con la manipulación del gobierno militar y la falta de preparación con la que lo mandaron al combate. De la guerra le queda esa rabia mental –hace siete años sufrió un episodio psicológico que le diagnosticaron como “síndrome de posguerra”- y una marca física en el cuerpo: en pleno tiroteo, un ataque de mortero le dejó una esquirla de piedra en el cuello.

Además de su enojo hacia la improvisación de la dictadura, Grau acusa a los gobiernos que van de Alfonsín a Menem por haber “desmalvinizado la historia”. También responsabiliza a los medios: “Clarín, La Nación y los grandes medios arengaban y después hicieron como que no tenían nada que ver”.

En resumen, Malvinas es todavía una historia presente para Grau. “Obviamente que estoy enojado: nos cagamos de hambre, nos morimos y volvimos por la puerta de atrás. Hoy tengo a mi mamá y mi papá fallecidos y ellos fueron más ex combatientes que yo. Murieron con el peso de haber sido padres de un veterano y de no haber tenido información sobre su hijo de 18 años”.

Ahora, este integrante de la CTA tiene dos hijos adolescentes, una de 21 y uno de 16. Está orgulloso de su vigencia como guardavidas en Berisso y de, a sus 49 años, mantener el pelo rubio bien largo. Y su mensaje a los compañeros de la CTA es el siguiente: “El olvido nos condena, mantengamos la memoria activa. En el extremo de un fusil nunca habrá un militar, sino un trabajador. Siempre hay que combatir las ideas retrógradas y de derecha”.

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