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, por Maximiliano Uller (*)

De la Patria Sublevada a la Patria Fusilada: los mártires del 9 de junio de 1956

En la fría noche del 9 de junio de 1956, el estadio Luna Park se estremece una vez más: Eduardo Lausse y sus puños de hierro vencen en tres asaltos al chileno Humberto Loayza, obteniendo así el título sudamericano de los welters.

Un grupo de hombres escucha por Radio Splendid el relato gutural de Fioravanti, y se sobresalta cuando violentos culatazos se oyen golpeando la puerta de calle de la finca ubicada en el primer cordón del conurbano. Algunos de ellos ignoran que será su última noche con vida. También desconocen que el General Aramburu ordenará desde Rosario la firma de los decretos 10.362, 10.363 y 10.364 estableciendo la Ley Marcial, la cual aplicará para “escarmentar” a quien ose sublevarse contra el régimen constituído, aún cuando el levantamiento se produjese antes de su vigencia.

A varios kilómetros de allí, dos generales nacionalistas y populares, quienes defendieron a rajatabla el régimen constitucional y democrático del general Perón, preparan un levantamiento contra los dictadores que oprimen al pueblo sin siquiera permitirles honrar a sus líderes: la sola mención de los nombres “Evita” y “Perón”, conlleva el riesgo de la detención sumaria. Juan José Valle y Raúl Tanco conducen el movimiento cívico-militar, que cuenta con el apoyo de algunos centenares de obreros peronistas y un puñado de guarniciones militares en el interior y Campo de Mayo, que aún sufren la ignominia de aquel 16 de junio, también frío y plomizo, cuando los aviones de la marina sepultaron sus ilusiones y la de más de 300 compatriotas. Dirá Rodolfo Walsh años más tarde: “el triunfo del movimiento hubiera ahorrado al país la vergonzosa etapa que siguió”. Oscar Cogorno, Alcibíades Cortínez y Ricardo Ibazeta, coroneles ellos, secundan la rebelión que será rápidamente abortada por las fuerzas armadas “leales” a la dictadura asesina.

Mientras tanto, el oscuro e ignoto jefe de la policía de la provincia de Buenos aires, el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, ordena la descarga de ametralladora en un descampado de José León Suárez, al noroeste del conurbano. Lisazo, Garibotti, Carranza, Troxler, Díaz, Giunta y Gabino, entre otros, caen desplomados ante la ráfaga; Troxler y Livraga sobreviven. La mayoría de los trece mártires jamás se iban a enterar de su inocencia, otros conocían los riesgos de la empresa. Devolver la dignidad al pueblo peronista, subordinado al revanchismo de la oligarquía perversa que los bombardeó en nombre de Cristo, un Cristo que no sería obrero ni pobre sino un Cristo inventado por la élite, era su más elevada y heroica aspiración.

Luego, Valle se entrega. Mirando a la cara a su hija Susana le dirá: “¿Acaso no proclaman ustedes que la otra vida es mejor?”. Fin de la historia. Hoy recordamos a los mártires de aquella gesta: los que honraron a la Patria sublevada del 17 de octubre de 1945, aunque tampoco olvidemos que, justo en este aniversario, un grupo de dirigentes sindicales se comploten con la reacción y vengan a hacerle un paro al gobierno popular de Cristina Kirchner con el objetivo de voltearlo.

(*) Delegado general de ATE- Lista Azul en el Ministerio de Industria y Comercio y Tribunal Fiscal de la Nación