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Fuente: Página/12
Algo más que un acto de justicia
Era necesaria una nueva figura. La mayoría de los dirigentes de los grandes gremios se habían comprometido demasiado con la dictadura instaurada por el general Onganía en 1966. El metalúrgico Augusto Vandor y el dirigente del Vestido, José Alonso, encabezaban entonces las dos grandes fracciones en que se había dividido el peronismo sindical.
El primero lideraba las “62 Organizaciones leales a Perón”, pero esta apelación a la liturgia peronista disimulaba mal el proyecto de limitar la influencia del líder exiliado y autonomizar la conducción del movimiento para negociar con militares y empresarios. El otro grupo, “las 62 de Pie junto a Perón”, rechazaba el intento vandorista, lo que no impidió que, como el metalúrgico, Alonso también apoyara el golpe militar. De este modo, mientras Perón esperaba en Madrid, gran parte de la dirigencia sindical mostraba su disposición para comprometerse con la dictadura.
La huelga que enfrentó la reestructuración que arrasaba los derechos de los portuarios, el cierre de los ingenios tucumanos con la consiguiente reacción del sindicato azucarero, y la represión a las movilizaciones populares que en esa provincia produjo la muerte de Hilda Guerrero de Molina, fueron haciendo cada vez más injustificable la pasividad de la CGT. En marzo de 1967, cuando Onganía nombró ministro de Economía a Krieger Vasena, definiendo un rumbo abiertamente comprometido con las recomendaciones del FMI que volvía ilusorio cualquier acuerdo con los sindicalistas, estos creyeron llegado el momento de la respuesta: se escucharon algunos discursos duros y el Comité Central Confederal decidió un ambicioso Plan de Lucha.
Onganía no tardó en demostrar que los tiempos habían cambiado, retiró la personería de un gremio e inspeccionó las finanzas de otro, para mostrar su disposición a intervenir los sindicatos. La CGT levantó el Plan de Lucha, con mucho apuro y escasa elegancia, y la humillación que entonces sentimos todos, tuvo mucho que ver con el surgimiento al año siguiente de la CGT de los Argentinos. La defección sindical volcó a muchos militantes a leer con más atención el Informe a las Bases, en el que –a pocos meses del golpe– John William Cooke, con prosa tan ferviente como bella, había llamado a resistir toda posibilidad de acuerdo con la dictadura.
Amado Olmos, dirigente del gremio de Sanidad, veterano de la resistencia peronista, parecía el mejor candidato para ser elegido secretario general en el Congreso de la CGT reunido en marzo de 1968. Un accidente automovilístico malogró esa posibilidad y entonces fue la hora de Raimundo Ongaro, dirigente del gremio gráfico que había recuperado para el peronismo la conducción de ese sindicato, en el que se había convertido en el principal dirigente opositor: una figura ignorada hasta entonces por la opinión pública, pero no desconocida por la militancia sindical. Buen orador y carismático, joven aunque no tanto como entonces creíamos, Ongaro tuvo el voto de muchos dirigentes gremiales hasta entonces no enrolados en el peronismo combativo, pero deseosos de una respuesta más digna a la dictadura y recibió también el decidido apoyo del delegado de Perón en la Argentina, el mayor Bernardo Alberte, el mismo que los golpistas del 24 de marzo de 1976, eligieron como una de sus primeras víctimas.
Meses antes de asumir, Raimundo había conocido en Madrid a Rodolfo Walsh quien le fue presentado por Perón, en su residencia de Puerta de Hierro. Se forjó allí una relación que sería importantísima en la actividad de la CGT de los Argentinos. Rodolfo armó un periódico excelente con muy pocos recursos que se convirtió en el vocero de la “rebelión de las bases” pregonada por Ongaro para subvertir el dispositivo vandorista. El semanario fue también el espacio más propicio para el acercamiento a la CGTA de muchos sectores sociales, políticos e intelectuales que convirtieron a la Central en el más amplio e importante espacio de oposición “al gobierno elegido por nadie”. Esa oposición levantó el Programa del 1° de mayo de 1968, uno de los textos más perdurables de la vida sindical. La escritura de Walsh y el alegato militante de Ongaro se aunaron en esa propuesta que el secretario de la CGTA difundió con su presencia en todo el país. En los primeros meses de 1969, Raimundo recorrió los ingenios y poblaciones de Tucumán y el norte santafesino levantando a las poblaciones ahogadas por la política económica de la dictadura. Ese recorrido por un circuito que antes fue pujante y que entonces comenzaba a mostrar los rastros espectrales de la crisis económica y el desempleo fue mucho más que una gira propagandística. Era también un voto por la Argentina profunda, un mensaje de confianza en el renacer argentino que Ongaro encarnaba entonces mejor que nadie.
Después del Cordobazo, la CGTA pagó su audacia con muchos militantes detenidos, con el asesinato de Emilio Jáuregui, nuestro compañero del gremio de prensa, en la marcha de repudio por la visita de Nelson Rockefeller, con la clausura de su sede y la prohibición de su periódico. En la cárcel en la que fue confinado junto a Agustín Tosco, Raimundo acompañó la lucha del movimiento popular. Más tarde, cuando el peronismo volvió al gobierno, quien debía ser reconocido como una de sus principales figuras fue perseguido y asistió con dolor a las maniobras para dividir el sindicato y liquidar a la Federación Gráfica. La saña del loperreguismo aún le reservaba algo peor, su hijo fue asesinado y ese sería el dolor más hondo que nunca habría de abandonarlo.
Hace tres meses, invitado a un acto en la intendencia de Malvinas Argentinas pasé por su casa de Los Polvorines. Encontré en la puerta a un hombre apoyado en la verja, pero muy erguido, con una mirada distante y como perdida, que no me costó reconocer. Bajé del auto a saludarlo emocionado y le hablé de algunos momentos de la CGTA que mantengo en el recuerdo. Raimundo me agradeció, me llamó señor, asintió a todo con muy pocas palabras y lo hizo con tanta formalidad y distancia que se me hizo evidente que no me había reconocido. Para mí, de todos modos, fue un regalo enorme encontrarme con aquel hombre que convocó las esperanzas de tantos jóvenes y que, frente a un sindicalismo en decadencia, encarnó entonces la dignidad y la voluntad de lucha de los trabajadores argentinos. Hoy cuando, como entonces, se advierten aires de renovación en el movimiento obrero, el homenaje y el recuerdo agradecido a Raimundo Ongaro es algo más que un acto de justicia.