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El cuarto de Lucía.
El mediodía del 8 de octubre de 2016, Lucía Pérez Montero llegó hasta la puerta de su escuela en la ciudad de Mar del Plata, donde estaba estacionada una camioneta dedicada a la venta de droga. Fue la última vez que la vieron con vida. Por su crimen fueron acusados Juan Pablo Offidani, Matías Gabriel Farías y Alejandro Maciel.
El 26 de noviembre de 2018, el Tribunal Oral Nro. 1 de Mar del Plata, integrado por los jueces Aldo Carnevale, Pablo Viñas y Facundo Gómez Urso, condenó a Offidani y a Maciel por el delito de tenencia de drogas con intención de venta. Y absolvió a todos por el abuso sexual y el femicidio.
La lucha social anuló ese fallo el 12 de agosto de 2020. Ahora el Poder Judicial deberá realizar un nuevo juicio. Que hasta hoy no tiene fecha de inicio.
Como parte de la lucha larga y sostenida, que reclama el comienzo urgente del juicio político a los jueces y una nueva fecha de juicio para sentenciar a los culpables por el femicidio, se presentó durante un mes en el Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces la muestra itinerante "El cuarto de Lucía", realizada por Marta Montero ─la mamá de Lucía─ y la escritora Claudia Acuña.
Desde la Secretaría de Género de CTA, compañeras de APA, CONADU, AGTSYP, SUTEPA, UTE/CTERA, SUTEPA, SICA, Enfermería Federal y Remigia Cáceres, secretaria de Discapacidad de la Central, visitaron el lugar. Se estremecieron hasta las lágrimas, charlaron con Marta y participaron de las actividades culturales de cierre. Presentes contra la impunidad, la violencia machista y judicial.
Una habitación
Cuatro paredes. Zapatillas tiradas, ropa desparramada sobre la cama de una plaza: remeras oscuras, roqueras. Sábanas y acolchado en la gama de los azules, de los celestes; funda blanca para la almohada. Fotos en cuadritos y sobre el velador, patineta, tabla de surf golpeada. Una tele de cola, una mesita con portalápices y los lápices sueltos, papeles, revista, perfume de 47 Street. Un dibujo de Rafiki, otro del gato Silvestre, y un tercero con la lengua de La 25. Atrapasueños colgando en la ventana. Varios, de colores. Y la reproducción de su imagen, que sonríe. La cara de Lucía inundándolo todo. Sus ojos negros, negrísimos; sus dientes blancos; blanquísimos; las rastas apretadas en una gomita.
Así luce el cuarto de Lucía, una adolescente que tenía 16 años. Un cuarto típico, en esa mezcla entre aniñada y rebelde. Un cuarto que se transformó en museo, en pieza visual, intacto desde la mañana en que lo dejó para irse al colegio y no volvió. Un ámbito privado que se hizo público y que grita justicia.
“Lo que no funciona es la Justicia. Si nosotros hubiésemos tenido justicia por Lucía no estaríamos acá, estaríamos en nuestras casas. Hablamos desde el lugar de la injusticia que hay con nuestros hijos e hijas. Hay un poder tan hegemónico y mafioso… por eso creen que pueden hacer lo que quieren con nosotros. Pero es hasta que digamos basta y no lo permitamos más. No nos dejemos subestimar, que no nos maten nunca más a nuestros hijos. Esta no es solo mi lucha, es la lucha de todos y todas. Para que no pase de nuevo. Para que no tenga que existir otra Marta haciendo este camino. La familia judicial funciona como una mafia. Bueno, nosotros somos las familias de las muertas y vamos a seguir luchando para que no sigan matando a nuestras hijas y para que estos jueces sean expulsados del Poder Judicial. Es la lucha de todos”.
En una carpa blanca Marta habló con los y las visitantes. Otra vez una carpa blanca como representación de lucha, como contención de protesta. Otra vez una carpa blanca como espacio de resonancia del “nunca más”.
“Hay que escuchar a Marta, la mamá de Lucía, explicando con tanta claridad y entereza su lucha y la de su familia contra el entramado de complicidades que obstruyen a los sectores populares el acceso a la justicia, y niegan a mujeres y disidencias el derecho a una vida sin violencias. Todas las conquistas que hemos ido logrando en el plano legislativo no serán una realidad en tanto no avancemos en una reforma judicial que logre democratizar este poder cuya impronta patriarcal y clasista se manifiesta brutalmente como impunidad de los femicidas, en la misma negación e invisibilización de ese crimen, en el maltrato de funcionaries judiciales y policiales que se prolonga sobre Marta y sobre quienes reclaman justicia habilitando otras violencias. Visitamos la muestra El Cuarto de Lucía para llevar nuestra solidaridad y abrazo, y para reafirmar que seguimos movilizadas y organizándonos… porque vivas y libres nos queremos”, compartió Yamile Socolovsky, Secretaria de Formación de CTA y Secretaria de Relaciones Internacionales de CONADU.