8 de junio de 2015
El pudor y la incredulidad hacen que me cueste muchísimo escribir esto: en unos años, la vida cotidiana podría ser muy distinta a esta que vivimos hoy. Ya lo vimos en fotos y videos increíbles: el miércoles, en la plaza del Congreso y sus alrededores eran miles. Hombres manifestando en contra del machismo con pancartas caseras escritas en cartulinas; mujeres mayores animándose a contar –o asumir– por primera vez que fueron víctimas de violencia; niñas y niños que habían hablado en las escuelas sobre igualdad entre mujeres y varones; adolescentes que habían llegado en micros alquilados por sus colegios. Me lo contaron colegas de distintas radios: en las provincias pasó lo mismo. Hubo manifestaciones en Mendoza, en Córdoba, en Ushuaia, en Santa Fe, en tantos lugares que no podría repasar la lista completa. Una periodista tucumana amiga, Rosalía Cazorla, me contó ayer, al aire, mientras amanecía, su reporte de Amaicha del Valle, una comunidad calchaquí donde viven algo más de mil personas. Allí, dijo, en ese lugar pequeño, donde los reclamos sólo se organizan por derechos territoriales y donde cualquier acción individual retumba como un estruendo, el miércoles, cuando caía el sol, cincuenta mujeres se reunieron en la plaza para sumarse a Ni una menos.